domingo, noviembre 04, 2012

FESTIVAL DE CINE EUROPEO DE SEVILLA: LE MAGASIN DES SUICIDES (PATRICE LECONTE, 2012)


Durante esta edición del Festival de Cine Europeo de Sevilla, una de las secciones ha sido nombrada como “Special Screenings”, cuya intencionalidad pueden leer en ese mismo enlace a la web del festival. Para el común de los mortales, tal vez aparente más bien ese cajón de sastre (habitual en los festivales de cine, por otra parte) donde cabe un poco de todo, ya que hay desde estrenos de cine español que se prometen relevantes (Invasor, de Daniel Calparsoro), películas de terror más bien de serie B (Kill Zombies!), o adaptaciones de clásicos de la literatura (Great Expectations, Mike Newell).

O una película de animación en 3D francesa. Supongo que su inclusión la justifica que la dirige (y participa en su guión) Patrice Leconte, un “autor”, si bien con una carrera que alguna que otra vez ha desafiado esa calificación.

Le magasin des suicides es una propuesta curiosa, incluso desde el punto de vista comercial. Se me escapa del todo el target de audiencia que se tenía en mente cuando se encaminó el proyecto, ya que es demasiado fuerte para un público infantil, y tal vez demasiado sencillo, para uno juvenil. Puede que sólo los adultos logren disfrutarla. De cualquier manera, puede que esta misma indefinición (en este enlace, un recuento de esas potenciales dificultades para la comercialización) se traslade a toda la película.


Le magasin des suicides se emplaza en una ciudad no identificada pero con el suficiente gris para que resulte cualquier geografía moderna occidental. Allí, los ciudadanos se están suicidando a un ritmo tan alto que la paloma que nos sirve de guía al comienzo ha de esquivar los varios cuerpos que se tiran desde las ventanas de los edificios más altos. En este contexto, un negocio vive boyante: la tienda con el título del film, donde la familia Tuvache surte a sus clientes con toda clase de parafernalia que ayude al suicidio privado. Y es que en la vía pública está prohibido. Puede que la falta de concreción sea intencionada y afín a un posible tono de cuento. Claro que la depresión colectiva, en estos momentos, en muchos países a causa de la crisis económica hace que la película se asuma en términos más realistas de lo planificado.

Si a este punto de partida, se le añade que la película de Patrice Leconte es un musical, es muy tentadora la comparación con Tim Burton. Sin embargo, en cierto modo, Le magasin des suicides va en sentido opuesto. En este caso, la “normalidad” es la “anormalidad”. Los dos hijos mayores del matrimonio Tuvache son tan "oscuros" y están tan a gusto con la cercanía de la muerte que incluso espían los momentos en que los clientes de la tienda cumplen su propósito. Y el primer número musical (uno de los mejores; genial, esa pared llena de retratos de sus antiguos clientes), chocantemente coherente, es una celebración del suicidio. Por eso, el “héroe” de la función es lo contrario que, pongamos, un Eduardo Manostijeras, como protagonista modelo de Tim Burton: Alan nace sonriendo. Feliz. Y crecerá de la misma forma. Silba. Ríe. Sonríe.

Un horror y una decepción para toda su familia.

La canción de los Tuvache; la mejor canción, probablemente.

Así, la fuente de humor en el guión es ese contraste entre lo que el espectador medio encontraría aceptable (que un chaval sea más o menos feliz, tenga ilusiones, sea inocente) y el efecto de ello en sus hermanos y sus padres. Alan rompe la norma, sí, pero esa norma se aleja de nuestros presupuestos (aunque, de acuerdo, estos son bastante convencionales: un día merecería reflexionar, más allá del cine de terror, por qué los niños no se retratan como entidades un tanto más complejas, más malvadas, más problematicas).

Esto funciona durante buena parte del metraje, también porque se apoya en dos ventajas: una, que Leconte y su guión le da ocasión a los padres de matizarse frente al conflicto, y otra, que ese aspecto cruel (relativo, claro) que parece el tono de Le magasin des suicides da momentos más arriesgados que la media, teniendo en cuenta el formato de animación.

De lo primero, cabe destacarse que el personaje mejor perfilado es el de Mishima, el padre (cuyo nombre tal vez se inspire en cuán admira el método de suicidio del seppuku, mediante el cual el escritor japonés de mismo apellido cometió su suicidio). Es cierto que también a la madre, Lucrece, se le dota de una canción que expone que no todo es celebración. En ella, se dan algunas imágenes llamativas (Lucrece dentro de una bañera de sangre) que apuntan a que al fin y al cabo, ayudar a la gente a morirse es bastante deprimente. Pero, como apunte de motivaciones o exploración del personaje, se antoja un tanto contradictorio con esa sonrisa y satisfacción con que atiende a los clientes.

En cambio, Mishima lo encuentra todo deprimente, sí, pero es durante el guión cuando se le antepone un choque que le da su giro particular. Cuando visita a uno de sus clientes para entregarle el veneno correspondiente, observa por primera vez (suponemos) el resultado de su trabajo. Y, además, contempla con tristeza el rostro que fuera feliz, en su juventud, del anciano suicidado, en un retrato. A partir de ahí, su ánimo cae en picado. Uno de los únicos momentos donde tal vez adquiera utilidad el 3D (aunque no he visto suficientes películas para juzgarlo bien del todo) es ese momento en que acude al psicoanalista, y la psique de Mishima se disecciona mediante unos tests de Rorchach.

En cuanto a esos apuntes de crueldad a juego con el tono, baste ese momento en que Mishima, harto ya de la alegría de Alan, fantasea con asesinarle… para luego, decidirse a ofrecerle un cigarrillo para que la muerte le llegue de alguna manera.

Mishima, en la tienda de los suicidas. Se percibe que el señor Adams pudiera ser la fuente de inspiración para su diseño.

Si todo esto da una impresión de una animación cruda, no se despisten. La banda sonora de Ettienne Porruchon adhiere un buen contraste, en esa dirección de tono de cuento, y Le magasin des suicides incluye al menos un momento bello, dentro de toda esa extrañeza. La pandilla de amigos de Alan espía cómo su hermana, Marilyn, responde al regalo de éste (un cd con música oriental y un pañuelo) embriagándose en un baile que celebra su cuerpo. La escena incluye un poso de inocencia (Alan dice, sonriendo, y soñador, “¿A que es guapa, mi hermana?”), aunque, al tiempo, lo que sucede es innegable: el hermano menor espiando el descubrir de la sexualidad de Marilyn. Tal vez sea cuando Patrice Leconte logre el mejor equilibrio de extremos (situación “surreal” y/o adulta más tono de cuento). 

Hacia el final, ya no es tan obvio si el guión ha logrado lo que se proponía. O más bien, si queda claro qué es lo que se proponía.

La evolución de la madre y los hermanos a aceptar esa alegría que ofertaba Alan es un tanto precipitada, y se acerca mucho al tópico que Marilyn, cuyo proceso sí ha sido más expuesto, acabe firmando por “la vida” sólo porque se enamora.

Puede que todo se justifique por ese clima surreal que posee la historia (es, de alguna manera, un mundo al revés) y se me ocurre que Francia tiene bastante antecedentes en cuanto a este tipo de relatos (otra historia absurda donde el amor es relevante es La espuma de los días de Boris Vian;, no es más que una referencia, no un posible modelo) Sin embargo, esto explicaría esa necesidad de no juzgarlo todo con la lupa del realismo, pero no la escena, y canción final. Como bien se dice aquí, detenta un mensaje un tanto simplista, forzado, y, a tenor de la mayor parte del tono del film, bastante inesperado. De nuevo, cuando creíamos haber determinado a quién iba dirigida la película de Patrice Leconte, volvemos a equivocarnos: es imposible que lo del "mejor estar vivos que estar muertos" apele a ningún adulto.

En todo caso, como rareza, y como muestra de que la animación europea, en estética y temas, no tiene por qué seguir los modelos de Estados Unidos, Le magasin des suicides es muy válida e incluso algo gamberra. Ahora bien, quizá convendría que sí miráramos al otro lado del Atlántico, para aprender que hay modos menos obvios de transmitir mensajes. Si nos molesta lo que durante años hiciera Disney, siempre podemos acudir a Pixar, que, además de por muchas otras cosas, también en esto de suministrar ideas mediante historias, es buque insignia de la animación.

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