miércoles, agosto 22, 2012

MIL CRETINOS, QUIM MONZÓ. ANÁLISIS


"No sabe por qué le abronca, pero conserva la retórica, los gritos, los insultos. De hecho, ¿no ha sido siempre así? antes, ¿no eran igual de delirantes, de dementes, sus broncas? La diferencia es que ahora sólo subsiste la carcasa de la indignación y el odio, y no sabe llenarla. Le fallan las neuronas. Antes lo abroncaba y la agilidad mental hacía que se aferrase a cualquier idea, cualquier excusa con la que llenar la carcasa, y la situación acababa en una pelea con todas las de la ley, pero en el fondo tan sin sentido como esta de ahora. Ahora, el motivo de que tan pocas cosas de las que dicen tengan sentido es -dicen- la demencia, pero antes (hace diez, veinte, treinta o cuarenta años) eran igualmente producto de la demencia, aunque no se la pudiera considerar senil"

La llegada de la primavera. Quim Monzó. Mil cretinos. Anagrama compactos, 2010.

Al ser mi primer acercamiento a los relatos de Quim Monzó (lo sé, pueden excomulgarme desde ya), me falta perspectiva para saber si Mil cretinos es una obra mejor o peor en lo relativo a su nivel habitual. Por lo que leo por Internet, hay quien cree que la primera parte en la que están divididos estos relatos es más válida, si bien más tradicional, y quien cree que es su segunda, con relatos más concentrados, más fugaces, por decirlo de alguna manera, donde está la aportación más importante de Monzó en cuanto a esto de la literatura en corto.

En mi caso, estaría más de acuerdo con esta reseña de aquí.

Es decir, me quedo con la primera parte. Hay dos relatos estupendos (Sábado y La llegada de la primavera) y uno bueno (El Señor Beneset), y el resto también ofrecen elementos de interés.


En esta primera parte, justo estos tres (y Dos sueños) comparten tema, mientras que el resto contienen técnicas o estilos similares, pero con intenciones dispares. El señor Beneset y La llegada de la primavera si están muy ligados. Si esa temática referida es la muerte, la pérdida, ambos relatos casi se ofrecen como variaciones en torno al mismo punto de partida. En los dos, los protagonistas son ancianos que viven (es un decir) en residencias para la tercera edad. En los dos, no son protagonistas, pero sí son fundamentales, los hijos. Son testigos a los que el autor sólo nos permite un acceso limitado (sobre qué piensan o sienten), de forma que se hacen seres distantes.

"Pero (el hijo) no dice nada porque calcula que, si lo hiciera, y (por esas cosas de la vida) su padre decidiese volver a utilizarlo, será él el encargado de buscar pilas nuevas, de enseñarle otra vez a colocárselo [...]"

Con este y una segunda alusión, en El señor Benasent ya queda definida esa indolencia del hijo. Es parte de lo interesante de Monzó (al menos en Mil cretinos): esa sencillez de estilo hace que muchos detalles sean tan escasos como relevantes. 

Por si alguien temiera (o quién sabe, esperara) que estos dos relatos resulten una especie de crítica social acerca del abandono de los ancianos, mejor vayan preparados. Monzó le añade otra propiedad presente en esta colección: el absurdo. Podríamos pensar que esto del absurdo aporta humor, humor negro (que, según leo, es una de las expresiones "comodín" con la que definen al escritor catalán) aunque yo diría más que depende del caso. Si en La alabanza, la situación que se va complicando (esquema también presente en El amor es eterno) incluye ese elemento de repetición (el escritor que empieza insistiendo en que el escritor veterano quede con él para charlar) que tanto funciona como origen de absurdo, en Sábado, la repetición (en este caso, de acciones comunes; una mujer que se va deshaciendo de recuerdos del marido muerto) poco a poco, va desvelando un conflicto en la protagonista. Pero, al tiempo, esa misma repetición, deriva justamente en lo delirante, en eso que procede de la "lógica" de estas acciones, llevados al extremo. Sin que desvele yo nada, diré que Sábado se va convirtiendo en una historia muy fiel a aquello del círculo vicioso, hasta el punto que el desenlace es "fantástico".

Por supuesto, esta colección es "realista", para entendernos. Pero lo atractivo es que Monzó cuela en estas situaciones comunes, incluso conocidas, un matiz de extrañeza, por cierto común al género fantástico (en su sentido más amplio, me refiero), y precisamente a partir de esto de la repetición y/o el absurdo. Como digo, cuando quiere, esto puede desplazarse al puro humor y hasta cierto sentido crítico (la estupidez "bondadosa" del protagonista de El amor es eterno, o la situación de La alabanza), pero también sirve para darle una atmósfera muy particular, y un sentido más dramático, como pasa en El señor Bonasent y, sobre todo, en La llegada de la primavera. Y todo, con un estilo sencillo, a ratos escueto, y, a veces, hasta jugando con ser pura (y distantemente) "informativo". 

Esto hace, por ejemplo, que La llegada de la primavera no sea melodramático, pese a que lo que cuente sea bastante terrible. Si a esto se le suma que Monzó (también cuando usa narradores en tercera persona, mediante el estilo indirecto o mediante diálogos realistas) da acceso al lenguaje común de los personajes, ya tenemos ese equilibrio (o tensión, según se mire) entre lo absurdo y lo "realista". Nadie se extraña de que el anciano Benasent se pasee vestido de mujer, y nada se explica sobre por qué lo hace (no busquen explicaciones "obvias") y es lo más natural del mundo que los padres de La llegada de la primavera charlen de suicidarse, con su hijo. Todo ello, y algún que otro detalle más, hacen que Monzó parezca renegar de la rotundidad o la "trascendencia", pero no de la gravedad de lo que cuenta, cuando lo que cuenta es grave. Por ejemplo, Dos Sueños (que aparezcan sueños es curioso y se codea, de nuevo, con lo fantástico) tiene ese tono (facilitado por un narrador/personaje) cercano y, sin embargo, deja entrever ese mismo tema de otros relatos: la muerte. La pérdida. Y cómo, lo cuente o no así, lo deje ver o no (el cáncer que mató a sus dos amigos aparece de forma leve, casi esquinado, y sin ser comentado), este personaje, le afecta.


Destaco una característica de Mil cretinos, porque no es común. El lenguaje elegido para los narradores de aquellas historias donde se usa la primera persona como técnica se adecua a la verosimilitud de personajes que son "gente común". En otras palabras, Monzó se piensa bien cuándo un relato interesa que tenga este tipo de narrador, y cuándo no, y entonces, utiliza el narrador "externo". Ninguno de estos tres relatos que destaco serían posibles con narradores/personajes. Esto, que parecería obvio, que redunda y colabora a la verosimilitud, no es algo que yo haya encontrado en tantos relatistas. Como ya he indicado en otros posts, hay algunos autores que descuidan esto (o que lo hacen de forma intencionada, supongo que con objetivos concretos que desconozco), de modo que, al cabo, todos los relatos narrados así parecen sucederle a la misma persona, al parecerse su estilo/voz.

Como excepción, y sólo quizá, estaría el narrador de Miro por la ventana, aunque, también quizá, podríamos pensar que este personaje se acerca al propio autor. En todo caso, aquí también aparece ese lógica de una acción repetida (en este caso, mejor diríamos "constante") que explota, en este relato concreto, tanto en lo humorístico, como a algo más "serio". En verdad, Miro por la ventana es el retrato de un personaje, uno y su conflicto, uno y su manía, empeñado (de manera absurda) o condenado (de forma trágica) a no saber disfrutar del presente, pese a que se esfuerce con este experimento de "concentración". La mente se le va en prever, anticipar, hasta... ¿lo adivinan? Hasta el absurdo.

"Es muy cierto que algún otro día -u hoy mismo, quizás, volveré a mirar por la ventana, pero posiblemente nunca en la vida volveré a dedicarme a ello con la fe de ahora. Al menos, con la sorpresa de descubrir una posibilidad inesperada en esta vida tan conocida. Hala, dice Mónica, luego te llamo; y cuelga".

Esta última frase se debe a que en este momento de la narración, el protagonista está contándole parte de sus reflexiones a una amiga que le llama. Pero no parece casual que Monzó finalice un momento reflexivo, peligrosamente cercano a lo trascendente, con esta "vuelta a la realidad", que también trae un poco de comicidad.

La segunda parte, en realidad, no se distingue tanto de la primera (por tanto, disiento sobre eso de que son dos partes "totalmente diferenciadas"), en cuanto a que posee esta misma mezcla (es decir, un estilo), aunque, algunos parecen más bien bromas (algunas no tan originales, como El corte), y sólo Shiatsu resulta conseguido en esa inclusión de una situación cotidiana que se vuelve extraña (y en este caso hasta cruel).

Tras esta lectura, habrá que profundizar más en los relatos de Quim Monzó. Otros, que sepan más de su trayectoria, podrán decirme, en los comentarios, si su técnica, o su estilo, se asemeja a esto que yo he visto en esta colección. Me entero de que, además, tiene su adaptación cinematográfica. Habrá que ver cómo ha adaptado los relatos Ventura Pons. Aunque el trailer prometería más llevárselo a esa especie de máxima que identifica a Monzó sólo con humor. 

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