domingo, abril 22, 2012

FRAGMENTOS INTERESANTES (Y UN ANÁLISIS): UN INCENDIO INVISIBLE, SARA MESA

A veces cae en tus manos un libro que no tenías en tu lista, y que se te sorprende. La novela de Sara Mesa Un incendio invisible, es verdad, tiene en su haber el Premio Málaga de Novela del 2011, aunque, tal como están los premios literarios, no es que eso anime o asegure mucho.

Pero Sara Mesa ofrece méritos suficientes. En primer lugar, y como se enfatiza en El Síndrome Chejov, por una atmósfera muy conseguida, que indicaría a la autora como muy capaz para imaginerías fantásticas o hasta de ciencia ficción. De hecho, esa ciudad retratada, Vado, abandonada, es un paisaje como se dice en este otro blog, bien cerca del carácter distópico tan dado en el género.


Sin embargo, Vado no se decide por anclarse demasiado en géneros o respuestas obvias. Igual es una metáfora muy indicada y con resonancias en imágenes que vemos en muchos reportajes televisivos (sobre los paisajes derribados del final de la burbuja inmobiliaria) que es un espacio decadente aquejado de sin razones (pese a que el secundario Benmoussa responde con una obsesiva búsqueda de razones más bien conspirativas).  Por cierto, que el personaje de Benmoussa responde un poco a ese ser racional muy presente en el género fantástico o hasta de terror que repone a todo con respuestas basadas en la ciencia cuando afronta el vacío. Como se dice (en la p.105) "Vado podría ser un ejemplo para todo". Nadie sabe, ni se explica, ni se pretende, por qué siguen funcionando ciertos negocios. Nadie sabe, ni importa, porque aún funciona el geriátrico donde va a dar el protagonista, como nuevo gestor. La invisibilidad de las causas puede que aluda al propio título del libro. 

"¿Cómo van a explicar que dejaron aquí a sus viejos, a sus perros, incluso a sus hijos, abandonados a su suerte? No hay mejor explicación que el silencio (p. 105)."

Lo mejor es sin duda ese equilibro conseguido donde la novela incluye esos elementos extraños y casi del fantástico (o, como decíamos, cierta ciencia ficción) que desembocan en una abstracción, sin que, a la vez, se abandone el realismo.

Y junto a este paisaje derrumbado, su paralelo en el protagonista, Tejada. Un tipo que acude a Vado a hacerse cargo del geriátrico, si bien, en verdad, acude a abandonarse, como la ciudad. No es baladí el detalle de que le alcance un eccema a su propio cuerpo o cómo acaba en cama, herido hasta dos veces. La decadencia es contagiosa. Al tiempo, resulta esclarecedor un personaje que se imbuya en una misión, se lo diga, se lo insista, se lo recuerde... para luego hacer más bien lo contrario. Igualmente interesante es cómo el acontecimiento en su pasado se siembra y se revela con una dosificación de la información que recuerda a los (buenos) guiones.

Tejada se empeña en una soledad y una distancia que, al cabo, rehuye, y de nada parece servirle cómo se aferra a líneas y versos de su poeta favorito (Wallace Stevens). Algunos de los mejores momentos de la novela son los que muestran su relación con la niña, como el del final de la página 168 y principio de la 169. Otra prueba, por cierto, cómo la busca y la necesita, de que esa pretensión de retiro del mundo es una impostura. Y un principio de cambio que detectamos como lectores, y en el que depositamos nuestra confianza... para luego verse frustrada nuestra expectativa. Porque Tejada no sabe en verdad qué quiere. En todo caso, lo que desearía es escaparse de la pobredumbre... cuando ha viajado precisamente al centro de ella, en Vado. 

Para quitarle gravedad a la filosofía de Tejada (que, como decíamos, es más pretendida que real) y, así, restándole el posible coqueteo con tintes existencialistas, también hay hueco para el humor. Tejada es consciente de que el discurso (en ocasiones, literalmente) de mesianismo le sirve para dibujarse como quien no es. Y ello igual causa que haya quienes en el geriátrico de veras lo crean un salvador, como ese viejo que insiste en llamarle Majada (juego de palabras que apunta a la majadería de todo ello) igual que origina que sea más bien ridículo todo él. Puede que él se quiera profundo en su dolor, pero el hecho de que no conozcamos del todo su razón y ese propio deambular en acciones incoherentes con su pensamiento lo hacen más absurdo que, ya decíamos, existencialista. "El tiempo no es circular ni leches parecidas. Aquí hay que avanzar, se dijo, ir hacia adelante. (p. 99)". Todo, a la vez, que Tejada se propone venir a Vado... "Para nada -repitió en voz alta, PARA NADA (P.77)"

Además, en verdad apenas engaña a nadie. Ariché no le respeta, ni hace por entenderle. También en otros secundarios hay un trecho entre cómo lo ven ellos, y cómo se ve a sí mismo. Y, para darle un giro aún más extraño, incluso sus movimientos más leves al final sí producen cambios, como esas sesiones de ejercicio que llega al geriátrico, también bastante humorístico.


Lo paradójico y lo absurdo, y hasta cierto feísmo se extienden a este resto de personajes, en particular en la dueña del hotel donde primero se instala Tejada, o la "loca" Clueca, cuyo pasado tal vez se expone con demasiado detalle. Es posible que ese momento de revelación de información conjugue esos aspectos mezclados de emoción, patetismo y absurdo (p.109), aunque no era necesario que la enfermera Ariché luego nos deletree más información al respecto (en la p. 156). 

En el lado de los desequilibrios, señalaremos que los diálogos en ocasiones viran hacia la inclusión de peligrosos (para la verosimilitud) elementos un tanto literarios. Es el caso de Tejada, y su propio deseo de quedar como máscara rimbombante, lo cierto es que se justifica. En otros casos, no tanto, como:

"¡Pero no! ¡Debería hablar antes con el personal! Los viejos pueden esperar; ellos apenas se dan cuenta de nada. Pero todos nosotros nos sentimos maltratados. Tenemos alojado en nuestro interior el soplo de los terremotos inquietos. Se están acabando los plazos, ¿no lo entiende?"

Es posible que la frase en sí sea hermosa, pero, en boca de un enfermero, rompe con esa verosimilitud tan bien conseguida en este punto medio entre lo irreal y lo realista. En otros momentos, los diálogos incluyen detalles que enfatizan lo que ya es claro. 

"Y ahora se encuentra usted con el Madison Lenox vacío... Un tremendo contraste. Vivimos en el tiempo de recordar las viejas glorias"

Aparte, un protagonista con este grado de autoconciencia a ratos nos hace el trabajo, y clarifica quizá de más esas incoherencias suyas y ese modo de buscarse razones para acciones y decisiones inútiles.

"El gran hombre con una gran misión no era capaz de abandonarse del todo en la desidia. Se dio cuenta de que ni uno solo de sus planes estaba saliendo tal como había previsto (p.133)."

O se percibe que esa atmósfera alcanza tal grado de relevancia que acaba siendo reiterativo, o bien incluyendo imágenes menos trabajadas."El cáncer acabará con toda la ciudad tarde o temprano (p. 76)"
Todo ello, puede que porque la historia se alargue un tanto. 

En fin, un libro recomendable, y una autora a la que me apunto para encontrar otras obras suyas, pasadas y futuras. Aquí, una entrevista con ella. Aquí, otra, realizada en televisión, para el programa de Canal Sur, El público lee

Y ahora, en honor a esta "serie" que titulo Fragmentos interesantes, uno de este Un incendio invisible, de Sara Mesa.

"Soy un gran hombre con una gran misión. Así lo había hecho saber toda su vida en cada uno de los lugares donde había podido. Delante de inocentes, de niños, de tarados, de ingenuos y de incautos. Delante de gentes confiadas y de buena voluntad. Delante de desesperados, de necesitados de fe y de instrucciones, de miserables, de egoístas e imbéciles. Soy un gran hombre con una gran misión. Esa vanidad vacua y sin sentido, una vanidad que sólo debía lucirse donde su falsedad no pudiera ser desenmascaradas. Y sin embargo, ahora, allí, en aquella residencia donde los ancianos revivían con las acrobacias geriátricas que les prometieron y después les arrebataron, frente a aquella enfermera morena y de ojos abultados y tristes que sería capaz de humillarlo en cualquier momento si retirase la sábana que cubría su cuerpo descalabrado; allí todo caía como un castillo de naipes. Ganársela para después perderla. Ya estaba todo hecho."

Un incendio invisible. Sara Mesa. Fundación José Manuel Lara, 2011

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