miércoles, septiembre 07, 2011

LOS DESPOSEÍDOS. URSULA K. LEGUIN

Los Desposeídos ofrece, sí, algunos de los errores comunes de cierta ciencia ficción: exceso de diálogos (explicativos); varios personajes que representan una ideología o tendencia, y preocupación oscilante e irregular por lo narrativo. En cambio, su ambición como obra es muy probable que anule estos fallos. Y un protagonista que comienza como simple conductor, guiando nuestra mirada, y acaba siendo un ser palpable, cercano, contradictorio, pero sabio.



Ursula K. Le Guin tiene preocupaciones ideológicas, políticas y hasta espirituales, y habla (como en Planeta de Exilio, novela corta también recomendable) de un protagonista empeñado en una síntesis y superación (casi me recuerda a algo similar que expresaba Marx en su filosofía) de los puntos divergentes, de dos sociedades y planetas, Urras y Anarres, cuyos sistemas políticos (el de Anarres, un tanto demasiado similar al nuestro; un trasunto tal vez poco disimulado) no alcanzan a superar sus contradicciones.

La idea de la autora es ambiciosa y atractiva, puesto que convierte al doctor Shevek en un guía del lector para cuando se trata de su planeta natal (Urras es una sociedad anarquista, lo cual posee más de “invención”, más necesario de que se nos explique como lectores, que la capitalista de Anarres), y un observador que nos mira y narra ese mundo similar al nuestro con nuevos ojos.

El método de ir compaginando un presente y el pasado (para que luego haya quien crea que Tarantino inventó la rueda) permite un contraste continuo entre un Shevek que va despreciando Anarres y anhelando Urras en el presente (cuando viaja hasta aquél, el planeta “hermano”) con el Shevek de antes del viaje, cuando la sociedad en la que vive le frustra, le coarta, le aprisiona. Es decir, Le Guin no sabe seguro cuál opción es mejor, y expresa sus dudas sobre ambas. Por eso Shevek crece tanto y tan bien ante nuestros ojos. Quizás sea él (y nosotros, puesto que nos guía) el único que es, cada vez más consciente de que todo es cuestión de perspectiva, y si en Planeta de Exilio las diferencias era culturales y religiosas, aquí toman más protagonismo la ideología política y económica.

"−[…] Para ellos, nuestra Tierra es la Luna de ellos, y nuestra Luna es la Tierra.

−¿Dónde, entonces, está la verdad? −declaró Bedap y bostezó.

−En la colina donde estás sentado."

Aunque tal vez lo que resulta más curioso es que Shevek es un científico. Es la ciencia a la que acude este protagonista para aspirar a este hermanamiento entre sociedades, aunque, poco a poco, su estudio e investigación (y Le Guin se nota que ha analizado teorías científicas y sus conexiones con la filosofía) le muestran que ya sería un hallazgo superar dos teorías, opuestas, sobre el tiempo, que, como ya comentaba yo en este otro artículo, son la base de las religiones primitivas o arcaicas, y de las otras, las que hoy entendemos como tales (judaísmo, cristianismo, etc).

“En el mito y la leyenda no existe el tiempo. ¿A qué tiempo pasado se refiere el cuento cuando dice “Había una vez”? […] la secuencia explica eficazmente nuestro sentido lineal del tiempo, y la evidencia de la evolución. Incluye la creación y la mortalidad. Pero allí se detiene. Explica todos los cambios, pero no puede explicar por qué las cosas perduran. Habla sólo de la flecha del tiempo… nunca del círculo del tiempo. Pero dentro del sistema, del ciclo, ¿dónde está el tiempo? ¿Dónde comienza y dónde termina? La repetición infinita es un proceso atemporal. Por lo tanto, el tiempo tiene dos aspectos. Está la flecha, el río que fluye, sin lo cual no hay cambio, no hay progreso, ni dirección, ni creación. Y está el círculo o el ciclo, sin el cual todo es caos, la sucesión sin sentido de instantes, un mundo sin relojes, sin estaciones, sin promesas. ”

La novela, ya sabemos, lo aguanta todo mejor, y ahí cabe no sólo la narrativa. A diferencia del relato (y de, por ejemplo, un film, pero igual que en las series) aquí cabe la digresión y la reflexión. Esto, y la idea de Le Guin de aunar esta polarización a todos los aspectos (los dos planetas; las dos sociedades; pero también la relación marital de Shevek con su compañera), ya indica una ambición que le da más valor que el giro cientifista (y pesado) de un Larry Niven o un Charlie Stross, por ejemplo.

Además, ese recurso (no lo suficientemente valorado en las ficciones) del sentido de lo maravilloso se refuerza cuando Le Guin se permite narrarnos desde su protagonista, y esos sentires suyos tan contradictorios respecto a ese mundo desértico, duro, estéril de Anarres. Como quedaba claro en Planeta de Exilio, la capacidad de la autora para las imágenes es una de sus fuertes, y se echa de menos que se utilice más, en sustitución de una cierta preocupación excesiva por todos los detalles de la aventura de Shevek, muchos, como decíamos, expresados mediante diálogos muy largos.


Y esa obsesión por la imagen podría ser, curiosamente, la misma que la del protagonista que repite, para sí, para los otros, esa frustración que es saberse llegando al límite; al techo donde ninguna de estas sociedades le permiten. Lo que él llama “el muro”. Una repetición de una imagen y símbolo que recuerda mucho a esos guiones, series, películas, que no olvidan que los objetos, en las ficciones, a veces adquieren esa cualidad mágica.

“Había un muro. No parecía importante. Era un muro de piedras sin pulir, unidas por una tosca argamasa. Un adulto podía mirar por encima de él, y hasta un niño podía escalarlo. Allí donde atravesaba la carretera, en lugar de tener un portón degeneraba en mera geometría, una línea, una idea de frontera. Pero la idea era real. Era importante. A lo largo de siete generaciones no había habido en el mundo nada más importante que aquel muro”.

Si esto fuera un guión, desde luego no habría mejor imagen, mejor plano, con el que comenzar esta historia.

Por supuesto, ésta, mi recomendación, pasa porque el lector, si puede, se agencie con la obra en su lengua original. Como tampoco es raro en la literatura de ciencia ficción publicada aquí, la traducción es cuando menos sospechosa, con expresiones traducidas literalmente, con leísmos, y con más de una palabra que no corresponde.

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